MOVILIDAD INCLUSIVA PARA TODO TIPO DE PEATONES: UN COMPROMISO ÉTICO Y SOCIAL
Artículo: Alexis Ortiz
Fotografías: Manuel Reyes
Coordinación de Comunicación Educativa Comunitaria, PILARES
La movilidad es una necesidad inherente a la vida en sociedad. Es el medio por el cual las personas acceden a educación, trabajo, servicios y espacios comunitarios, lo que la convierte en un pilar esencial para el desarrollo humano. Sin embargo, el diseño de muchas ciudades a menudo ignora las necesidades de quienes enfrentan barreras físicas o sociales, excluyendo a grupos de personas con discapacidad, adultos mayores e infancias. Este enfoque no solo perpetúa la desigualdad, sino que limita el potencial de las comunidades. En este contexto, garantizar una movilidad apta para todo tipo de peatones es un compromiso ético, social y legal que no puede seguir postergándose.
La accesibilidad es más que rampas y señalizaciones táctiles; es un derecho fundamental que asegura la inclusión plena en todos los aspectos de la vida. Estas barreras físicas se agravan cuando están acompañadas por actitudes de desconocimiento o indiferencia.
La experiencia de Sara Villanueva, tallerista en los PILARES 8 de Agosto y Antonio Helguera, ilustra este punto. Como persona con discapacidad, Sara se enfrenta a desafíos diarios durante su recorrido hacia los PILARES donde imparte talleres. Desde banquetas en mal estado hasta vehículos que bloquean los pasos peatonales, estos obstáculos la obligan a arriesgarse a moverse por la calle. A pesar de que su ruta es relativamente sencilla, Sara destaca que existen partes de la ciudad con condiciones mucho más retadoras, evidenciando la urgencia de diseñar un entorno urbano inclusivo.
Sara no sólo enfrenta las barreras de movilidad como usuaria, sino que también trabaja activamente para construir un entorno más inclusivo a través de su labor como tallerista en PILARES. Sus talleres, que incluyen Braille, inglés, origami y actividades para estimular la mente, están abiertos a todo público, desde niños de 5 años hasta adultos mayores. Esta diversidad en sus alumnos refleja la necesidad de diseñar espacios accesibles que permitan la participación de personas con distintas capacidades y edades.
Uno de los momentos más significativos para Sara en su labor ocurre cuando sus alumnos comprenden algo nuevo o logran superar un desafío. Para ella, estos instantes representan la magia del aprendizaje y el propósito de su trabajo: empoderar a las personas a través del conocimiento. Sin embargo, también reconoce que, como persona con discapacidad, ha enfrentado momentos difíciles relacionados con la discriminación y los prejuicios. Según Sara, las barreras más duras de superar no son las físicas, sino las sociales: actitudes de indiferencia o paternalismo que minimizan la autonomía de las personas con discapacidad.
Sara resalta un problema recurrente: cuando las personas con discapacidad interactúan con otros, muchas veces no son vistas ni escuchadas. Por ejemplo, al llegar a un lugar acompañado, es común que se dirijan a la persona que lo acompaña en lugar de hablar directamente con él o ella. Este tipo de conductas, aunque puedan parecer inofensivas, refuerzan la exclusión y perpetúan la percepción de que las personas con discapacidad son incapaces de tomar decisiones por sí mismas.
El consejo de Sara para combatir estas actitudes es simple pero esencial: tratar a las personas con discapacidad como a cualquier otra. Esto implica eliminar los prejuicios, la condescendencia y el miedo al desconocimiento. “La inclusión no se logra con un trato preferencial ni ignorándonos”, dice Sara. “Lo que buscamos es la igualdad de condiciones”.
A pesar de los retos, Sara también reconoce el apoyo que ha encontrado en los Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes (PILARES). Desde compañeros de trabajo que la ayudan con tareas como acomodar materiales, hasta usuarios que colaboran en los talleres, este entorno refleja cómo la empatía y la colaboración pueden derribar barreras. Sara menciona que muchas veces los alumnos no esperan que una persona con discapacidad sea la maestra, pero al interactuar con ella, sus prejuicios se desmoronan. Este tipo de experiencias demuestra cómo los espacios inclusivos no solo benefician a quienes enfrentan mayores desafíos, sino que también enriquecen a la sociedad en su conjunto.
La experiencia de Sara subraya la importancia de diseñar ciudades accesibles que promuevan la movilidad para todos. Esto incluye infraestructura física adecuada, como banquetas amplias, rampas y señalización clara, así como un cambio cultural que fomente el respeto y la empatía. La inclusión no debe ser un acto excepcional, sino una norma que guíe el desarrollo urbano y las interacciones cotidianas.
Una ciudad democrática y social debe garantizar como eje rector la igualdad de condiciones, es establecer un entorno accesible que permita la movilidad de manera equitativa. No obstante, las barreras físicas, como banquetas estrechas, cruces inseguros o falta de transporte accesible, persisten en muchas ciudades, dificultando la participación activa de miles de personas.